Comentario
Para entender la ideología que impulsó a Yusuf ibn Tasufín a cruzar el Mediterráneo en socorro de sus correligionarios andalusíes acosados por el avance cristiano, hay que esbozar el marco general del mundo islámico en los siglos XI y XII: el Califato abbasí de Bagdad, aunque despojado de todo poder militar y político por el sultán selchuqí, continuaba representando la unidad musulmana ortodoxa sunni frente a las corrientes heterodoxas si'ies y seguía siendo el baluarte que daba legitimidad a todo régimen que formase parte de la comunidad musulmana, la Umma. Egipto pertenecía al califato fatimí si'i ismailita, rival del abbasí. En la Península Ibérica, los reinos de taifas se habían alejado de los preceptos coránicos, relegando el papel de los alfaquíes malikíes y de los estudiosos de la religión a un segundo plano, después de que hubieran disfrutado de gran poder durante el emirato y el califato omeya.Al mismo tiempo, se desarrollaban nuevas corrientes teológicas en Oriente, basadas en las enseñanzas ortodoxas de Abu Musa al-As'arí (m. 660-1), compañero del Profeta Mahoma, gracias a varias figuras importantes, entre ellas el teólogo, jurista y moralista al-Mawardi (m. 1058), autor de al-Ahham al-Sultaniyya (Tratado sobre los estatutos gubernamentales), y sobre todo, su sucesor, el pensador, místico, teólogo alfaquí, filósofo y reformador religioso Abu Hamid b. Mohamad al-Gazali -Algazel (m. 1111)-, considerado como el hombre más destacado de su tiempo. Algazel expuso una ideología política que, sin duda, llegó al conocimiento de Yusuf ibn Tasufín a través de andalusíes y beréberes doctos en ciencias religiosas, que habían estudiado con aquel místico, como el juez Abu Bakr ibn al-Arabi. En líneas generales, y en lo que pudo influir directamente en el emir almorávide, se pueden resumir así algunos puntos de su teoría:
- La familia abbasí tiene el derecho a ostentar el Califato.
- El poder efectivo en las distintas provincias debe estar en manos de los sultanes o reyes; intentar cambiar este orden provocaría graves disturbios en el seno de la comunidad musulmana e iría en contra de las enseñanzas del Profeta, que abogó por la obediencia a los emires.
- La relación entre el Califato y esos poderes fácticos tiene que basarse sobre el reconocimiento de la preeminencia de la autoridad califal que les legitimará.
- Estos poderes prestarán al Califato la fuerza que necesite para mantenerse.
- Es obligación del Imam y de sus delegados proteger los territorios del Islam contra las amenazas externas y los desórdenes internos.
- Se debe emprender la Guerra Santa contra el apóstata y contra el que rechace el Islam, hasta que se acoja a él o hasta que pague tributos, signo de reconocimiento de la supremacía del Islam.
- Hay que ejecutar la ley para garantizar, primero, el derecho de Dios a ser obedecido, y luego, el derecho del resto de la comunidad a ganarse el pan cotidiano y vivir en paz y con honor. Como consecuencia de esto último, se debía castigar severamente la fornicación, el robo, el consumo de bebidas alcohólicas y la calumnia, manteniendo siempre presente el principio de los límites que consiste en que quien impone el castigo no tiene que excederse en sus sentencias de los límites marcados por la ley.
Para Algazel, el objetivo de este programa político era crear la ciudad ideal, cuya fundación descansaba sobre dos pilares: la religión y la razón, sin otra meta que conducir a sus miembros a su dicha final. Para ello indicó el místico y teólogo tres vías:
- Obedecer a Dios; conocerle, servirle, rezarle, cumplir con el precepto de la limosna, del ayuno y del peregrinaje.
- Respetar las prohibiciones que Él dictó.
- Desarrollar las virtudes morales.Contemporáneo de Algazel y muy influyente en el Magreb y al-Andalus fue Abu Bakr Muhamad ibn al-Walid al-Turtusi (m. 1126), quien, como indica su nombre, había nacido en Tortosa. Discípulo de renombrados alfaquíes andalusíes, se dirigió a Oriente, donde conoció a los grandes estudiosos musulmanes, entre ellos al propio Algazel, de quien fue admirador y a la vez crítico. Al-Turtusi, que residió y murió en Alejandría (Egipto), escribió varias obras de teología, de jurisprudencia y de moral, la más famosa de las cuales es La lámpara de los Príncipes, cuyo objetivo principal era guiar al jefe del Estado en el desempeño de su misión; por tanto, es una obra de carácter político y ético que describe al príncipe ideal como aquél que no se aparta de la senda trazada por Dios y lo hace responsable no sólo de alcanzar su propia dicha, a través de la vida recta y moderada, sino también de la de su pueblo. Para al-Turtusi, la perfección espiritual del príncipe es la base en que se apoya la vida del Estado y en la cual se funda asimismo el bienestar temporal y espiritual del pueblo y el suyo. La religión se alza como piedra angular que sostiene al Estado, el alma que da vida a la justicia, la ley y el derecho.